martes, 27 de noviembre de 2012

María Teresa González–Quevedo: Pedagoga y martiana a los 106 años


Foto: Reinier Dávalos Peña
“Hace tiempo a uno de los alumnos que tuve en mi natal Unión de Reyes le pregunté: ¿Rolando, yo fui buena maestra? Y respondió: Maestra indague en la Unidad de la Policía si algunos de nosotros tiene expediente allí.”   
Con 106 años –nació el 15 de octubre de 1906-, María Teresa González–Quevedo Ortega posee admirable lucidez. A la laureada pedagoga ni la pérdida de la visión y edad limitan su fluido lenguaje. Habla apasionada de la familia y otros temas, rodeada de sus seres queridos. Reside en Nueva Esperanza, entre San Hipólito y San Juan, Versalles, en esta ciudad yumurina.
Habló de su origen campesino y progenitores, Luz Marina y Santiago. “A ella, maestra, siempre la consideré progresista, y a él muy laborioso. Éramos seis hermanos, un varón, yo la mayor.

“Al fundarse la República, en 1902, se hizo un censo para buscar personas que ejercieran como maestros. Mamá fue una de las fundadoras de aquellas escuelas públicas.”
Refiere entonces un hecho imborrable para ella. “En la Escuela Normal de Matanzas tuve la suerte de ser alumna del eminente profesor Medardo Vitier, el padre de Cintio.
“Graduada sin aula, iba a diario a la Junta Municipal de Educación para ver si había trabajo. Jamás lo logré.
“Al conocer que en La Habana se convocó a un concurso–oposición, me presenté a examen, gané y obtuve el puesto. En ese entonces tenía un novio, Fernando, estudiante de Medicina en la Capital. El traslado me permitió estar cerca de él.
“Apuesto, comenzó a cascabelear, y nos distanciamos por cinco años. Debido a revueltas obreras y estudiantiles, el gobierno de Gerardo Machado cerró el plantel universitario y él regresó acá, yo decidí estar a su lado, luego de enseñar en varias escuelas de la Capital.  
Al retornar, en 1935, comenzó a trabajar en la escuela General Menocal, en Unión de Reyes. “Tenía dos aulas: kindergarten (prescolar) y primero, grado este en el que me situaron. Eran niños muy pobres, algunos muchachotes que, por necesidades económicas, se iban y volvían. Había alrededor de 40.
“En 1952 pasé a la Escuela Primaria Superior (secundaria) Diego Vicente Tejera a dar clases de Anatomía, Fisiología e Higiene (actual Biología) a séptimo y octavo grados. Paralelo, impartí Artes Manuales, labor voluntaria. Faltaba el profesor.”
Posteriormente fungió como inspectora provincial; luego del distrito de Matanzas y, finalmente, de las escuelas nocturnas de Los Arabos, Colón, Cárdenas, Calimete, Jagüey Grande, Limonar…, hasta jubilarse en 1959.       
En reconocimiento a su labor, este año le entregaron el Premio por la obra de su vida: Educadora Destacada del Siglo XX.
—¿Qué le debe al magisterio?
—La personalidad de maestra; sentido humano, visión social y de la vida. También conocimiento, cultura y humildad, para amar a mis alumnos, sin comprometer el decoro.
“Tuve una máxima: respetarlos. Jamás les grité. Hablaba con lenguaje sencillo, para entrar en sus corazones. No importa la edad del maestro, sino la vocación e interés. Cuando comencé me asesoré con los que sabían. La educación es una obra de amor entre la familia y el profesor.”
En la radio se escucha al tenor italiano Andrea Bochelli, y exclama: “Está entre mis ídolos, junto a Ernesto Lecuona, Fernando Albuernes y María Tersa Vera. Amo la música clásica y la tradicional, melódica y suave. También la poesía de Agustín Acosta, José Jacinto Milanés, El Indio Naborí y Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido).
Magda, su nuera, nos dice: “Ella es activa, además, come de todo, aunque el pescado no es preferencia. Sí otras carnes y verduras”. Asienten nietos, bisnietos y otros familiares, además de vecinos y amigos, quienes le brindan marcado cariño.    
Con renovado aire, Maria Teresa habla del Maestro. “Admiro a José Martí desde temprana edad. Leía con avidez libros, periódicos y cuanto se publicara de él. En ese entonces tenía buena memoria. Conocía lo hermoso de su obra como cubano, y la practicaba. Es nuestro deber. No basta decir que lo amamos y respetamos, debemos ser consecuentes, honrarlo de tal modo.
“Yo no conozco personalmente a Armando Hart, quien sí era amigo de mi hermana Hortensia. Me alegró cuando lo designaron director de la Sociedad Cultural José Martí. Él siempre ha sido un martiano convencido.”
De María Teresa nos despedimos con el recuerdo de una hermosa frase: No es lo mismo educar que instruir.

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