Foto: Reinier Dávalos Peña
“Hace tiempo
a uno de los alumnos que tuve en mi natal Unión de Reyes le pregunté: ¿Rolando,
yo fui buena maestra? Y respondió: Maestra indague en la Unidad de la Policía si algunos de
nosotros tiene expediente allí.”
Con 106 años –nació el 15 de octubre de 1906-, María Teresa
González–Quevedo Ortega posee admirable lucidez. A la laureada pedagoga ni la
pérdida de la visión y edad limitan su fluido lenguaje. Habla apasionada de la
familia y otros temas, rodeada de sus seres queridos. Reside en Nueva Esperanza,
entre San Hipólito y San Juan, Versalles, en esta ciudad yumurina.
Habló
de su origen campesino y progenitores, Luz Marina y Santiago. “A ella, maestra,
siempre la consideré progresista, y a él muy laborioso. Éramos seis hermanos,
un varón, yo la mayor.
“Al fundarse la
República, en 1902, se hizo un censo para buscar personas que
ejercieran como maestros. Mamá fue una de las fundadoras de aquellas escuelas
públicas.”
Refiere entonces un hecho imborrable para ella. “En la Escuela Normal de
Matanzas tuve la suerte de ser alumna del eminente profesor Medardo Vitier, el
padre de Cintio.
“Graduada sin aula, iba a diario a la Junta Municipal de
Educación para ver si había trabajo. Jamás lo logré.
“Al conocer que en La
Habana se convocó a un concurso–oposición, me presenté a
examen, gané y obtuve el puesto. En ese entonces tenía un novio, Fernando, estudiante
de Medicina en la Capital.
El traslado me permitió estar cerca de él.
“Apuesto, comenzó a cascabelear, y nos distanciamos por cinco años.
Debido a revueltas obreras y estudiantiles, el gobierno de Gerardo Machado
cerró el plantel universitario y él regresó acá, yo decidí estar a su lado,
luego de enseñar en varias escuelas de la Capital.
Al retornar, en 1935, comenzó a trabajar en la
escuela General Menocal, en Unión de Reyes. “Tenía dos aulas: kindergarten
(prescolar) y primero, grado este en el que me situaron. Eran niños muy pobres,
algunos muchachotes que, por necesidades económicas, se iban y volvían. Había
alrededor de 40.
“En 1952 pasé a la
Escuela Primaria Superior (secundaria) Diego Vicente Tejera a
dar clases de Anatomía, Fisiología e Higiene (actual Biología) a séptimo y
octavo grados. Paralelo, impartí Artes Manuales, labor voluntaria. Faltaba el
profesor.”
Posteriormente fungió como inspectora provincial; luego del distrito de
Matanzas y, finalmente, de las escuelas nocturnas de Los Arabos, Colón,
Cárdenas, Calimete, Jagüey Grande, Limonar…, hasta jubilarse en 1959.
En reconocimiento a su labor, este año le
entregaron el Premio por la obra de su vida: Educadora Destacada del Siglo XX.
—¿Qué le debe al magisterio?
—La personalidad de maestra; sentido humano, visión social y de la vida.
También conocimiento, cultura y humildad, para amar a mis alumnos, sin
comprometer el decoro.
“Tuve una máxima: respetarlos. Jamás les grité. Hablaba con lenguaje
sencillo, para entrar en sus corazones. No importa la edad del maestro, sino la
vocación e interés. Cuando comencé me asesoré con los que sabían. La educación
es una obra de amor entre la familia y el profesor.”
En la
radio se escucha al tenor italiano Andrea Bochelli, y exclama: “Está entre mis
ídolos, junto a Ernesto Lecuona, Fernando Albuernes y María Tersa Vera. Amo la
música clásica y la tradicional, melódica y suave. También la poesía de Agustín
Acosta, José Jacinto Milanés, El Indio Naborí y Gabriel de la Concepción Valdés
(Plácido).
Magda, su nuera, nos dice: “Ella es activa, además, come de todo, aunque
el pescado no es preferencia. Sí otras carnes y verduras”. Asienten nietos,
bisnietos y otros familiares, además de vecinos y amigos, quienes le brindan marcado
cariño.
Con renovado aire, Maria Teresa habla del Maestro. “Admiro a José Martí
desde temprana edad. Leía con avidez libros, periódicos y cuanto se publicara
de él. En ese entonces tenía buena memoria. Conocía lo hermoso de su obra como
cubano, y la practicaba. Es nuestro deber. No basta decir que lo amamos y
respetamos, debemos ser consecuentes, honrarlo de tal modo.
“Yo no conozco personalmente a Armando Hart, quien sí era amigo de mi
hermana Hortensia. Me alegró cuando lo designaron director de la Sociedad Cultural
José Martí. Él siempre ha sido un martiano convencido.”
De María Teresa nos despedimos
con el recuerdo de una hermosa frase: No es lo mismo educar que instruir.
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